Partimos de que no es fácil describir un vino, pero intentar darle género para conseguir clarificar el asunto me parece excesivo. No es nuevo escuchar definir como “femenino” un vino que tiene características donde la fruta está muy presente, donde los aromas son delicados, incluso florales y donde los taninos suaves contribuyen a dejar una sensación sedosa. Por supuesto, son también elegantes. Para mí, sería la definición de un vino bueno. Por oposición, un vino masculino ¿qué sería? No sé qué es lo opuesto a floral o frutal pero desde luego no es balsámico, especiado o mineral que es lo que muchos pretenden querer decir. Si hablamos de los vinos delicados, elegantes, con taninos suaves y sedosos como femeninos, a los masculinos les quedaría ser violentos en nariz, poco elegantes, rudos y con taninos ásperos. En resumen: que dejarían mucho que desear.
Visto desde fuera del sector vinícola, el vocabulario de cata es bastante críptico algunas veces, complicado otras, ridículo incluso y desconcertante las más de las veces. No lo empeoremos dándole, además, género. Prefiero quedarme con que un vino es amable, elegante, noble, potente, pesado, peleón, rico, sabroso, ácido, cargante, equilibrado… lo que sea, menos masculino y femenino. Creo que la clave de la descripción está en la delicadeza y la suavidad atribuibles a una mujer (si alguno hablara…).
Con el buen tiempo llegan a mi mesa novedades más acordes con las temperaturas suaves y muchas de ellas hablan de vinos –casi todos semi-dulces, blancos y rosados- como los idóneos para las mujeres. Transcribo unas líneas: “cualidades como sabroso, elegante, complejo y sensual lo convierten en cómplice irresistible para el paladar femenino”. Con esto, acabo de enterarme que solo a nosotras nos gusta lo sabroso, elegante, complejo y sensual. Hombres abstenerse. Lo peor es que, si además de todo lo dicho, el vino es ligero, fresquito (así en diminutivo) y hasta casi intrascendente; más femenino resulta. En el mundo del vino, los franceses son los campeones de las descripciones de vinos de rasgos femeninos y de ellos copiamos lo bueno y lo arcaico, sin más filtros culturales.
Creo que debemos ser cuidadosos con las palabras en todos los ámbitos, porque denotan cómo tenemos armada la cabeza pero también dice mucho de nuestros prejuicios, ideas preconcebidas y tópicos de escaso fundamento. Prefiero pensar que un vino es bueno por cualidades y bondades universales más que por asociaciones de género sin pies ni cabeza en pleno siglo XXI. Tampoco hay que caer en el lenguaje de los políticos o de los presentadores que se ha llenado de precisiones de género. “Ciudadanos y ciudadanas”, “vecinos y vecinas” o de “trabajadores y trabajadoras”… Creen liberar su lenguaje de un cariz sexista que a mi juicio lo convierte directamente en artificioso e innecesario desde un punto de vista lingüístico.
Si quisiera hacer el juego a esta clasificación de género, el tema podría complicarse mucho porque lo de vinos femeninos o masculinos se queda corto. Hay vinos que cambian de sexo a medida que se abren en la copa. Empiezan potentes, corpulentos, con notas de cueros y especias –masculino, diría alguno- pero poco a poco se vuelven armoniosos, aparece la fruta, se tornan casi tiernos y hasta ¡delicados! ¿Dónde los situaríamos? ¿Del género neutro del que se empieza a hablar tanto?
Si el mercado vinícola considera ahora a las mujeres, lo mejor que puede hacer es tratarlas de igual a igual y no con paternalismo de negocio machista, donde el acercamiento se hace con una actitud condescendiente. Elegir vino y apreciarlo ya no es la prerrogativa masculina que ha sido hasta hace unos años (según dicen los estudios) a pesar de que en una mesa, jamás me han pasado la carta de vinos antes que a un comensal masculino, aunque sea yo quien la pida. De hecho, cuando la pido y el camarero vuelve con la Carta, siempre hay unos segundos de incertidumbre, con miradas a todos los comensales masculinos si los hay, hasta que extiendo la mano para recibirla.
Los especialistas en marketing consideran a los jóvenes y a las mujeres como objetivo de sus campañas en este momento en que la producción vinícola mundial crece más rápidamente que el consumo. Ahora, somos un segmento a conquistar. ¡Hagámoslo con criterio!
Solo espero que en este confuso mundo no se termine extendiendo la tendencia de elaborar vinos para mujeres. No los quiero de mal entendidos rasgos femeninos, ni hecho por enólogas, ni gestionados por empresarias, ni servidos por sumilleres de mi mismo sexo. Simplemente los quiero buenos, bien elaborados, con algún rasgo diferenciador que me haga un guiño, con un encanto ya sea de potencia, sedosidad, frutosidad, mineralidad, complejidad, elegancia… tantas y tantas virtudes –sin géneros- que pueden encandilarme. Por supuesto dignamente presentados, impecablemente servidos y ya puesto a elegir, en buena compañía que hoy se me antoja sea un señor delicado, elegante y refinado.